Algunos días son como un terremoto en momentos de conciencias tan adormecidas. El 8 de Marzo es una incomodidad que se experimenta de manera a la vez personal y colectiva. Es el presente y la historia en convivencia. Es presente porque es una lucha que se libra todos los días, con la injusticia cotidiana y en la que no podes jugar a que sos Suiza. Es historia porque se libra desde siempre, y desde cada punto del tiempo asoma una mujer en quien inspirarse, alguna mujer que te duele.
Es la campaña de Eva Duarte por el voto femenino, ganando más tarde por histórica paliza ante el escándalo de señores gritando demagogia, populismo, indecencia, y cosas peores.
Es Juana Azurduy, cargando contra una formación real, sin más vestimenta que el dolor por su marido, el luto por sus hijos, y una ira sedienta de vengar tantos años de ver al fuerte someter al débil.
Son las manos de las socorristas, abrazando a una hermana, una madre, una hija, llegando a dónde no llegaba el patrullero, ni el juez, ni el médico, ni el estado. Solas ellas, cuidando y moviendo a solas el mundo, haciendo historia.
Son todos los pasos de las Madres y las Abuelas, como un goteo constante que sabe roer la impunidad, pero también nutrir la tierra para que crezca la memoria.
Son las publicaciones de Virginia, la anarquista más picante, que no se banca ni a dios, ni al patrón, ni al marido.
Son los susurros de Encarnación Ezcurra y la señora Sánchez de Thompson, tejiendo y conspirando, y venciendo enemigos meses antes de que se paren en el campo de batalla
Son los nervios de Julieta Lantieri, diciendo, ¿qué carajos? Voy a votar, impídanlo si pueden.
Es la voz de una cantante que se eleva y sube, y sube como una bandera del amor.
Son todos los puños apretados que buscan incansablemente a una mujer que no volvió a casa.
Son los pies entumecidos de caminatas y marchas, y reuniones y congresos, y discusiones, y gestos, y dolencias para imaginar la igualdad, y los golpes y los insultos y los padecimientos para inventarla.
Son los pensamientos en las mentes de personas, de cualquier generación, que mira al machista de turno hablar y ya no oye a una voz autorizada, sino a quien habla porque ignora.
Son todas las tesis e investigaciones de la científica a la que mando a lavar los platos un hombre que no conoció empleo honesto en su vida.
Son las manos de la vieja que laburo toda su vida mientras le decían que sus labores eran un instinto, una ayuda en el hogar, un deber de la maternidad impreso en el código genético.
Son todas las veces que la hiciste llorar y te quedaste mirando como un boludo sin que te se cayera una palabra.
Son las sacadas que le hicieron a Macri el paro que los toros bravíos hicieron cuatro años después, calladitos y pidiendo permiso.
Son los golpes que ahora siento y que antes no sentía. Son las desigualdades que ahora me joden y antes no me jodían.
Son las boludeces que ya no digo porque me dan vergüenza. Y cuando me las acuerdo me conmocionan las tripas.
Son el titular fácil, el consejo que nadie pidió, y un periodista que da pautas de militancia light.
Es la sonrisa que se me dibuja cada vez que escucho decir, «¿vieron que así era la forma?»
Es la voz de una mujer, apasionadamente odiada, votando que sí, y llamando al machirulo por su nombre.
Son los ojos de las trabajadoras de la educación que conozco y me dicen “mañana nos vemos en las calles”, porque van a la marcha, porque luchando también están enseñando.
Son los mates de mi hermana, las locuras de mi mamá, las historias de mi abuela.
Todo esto me pasa hoy. Es mío porque lo llevo encima. Es de las mujeres porque somos las protagonistas.