En el año 2000, el cine mexicano vivió un punto de quiebre con el estreno de Amores perros. La película no solo inauguró la carrera de Alejandro González Iñárritu como director de largometrajes, también señaló el inicio de una nueva era para la cinematografía del país. La cinta combinaba un arrojo formal poco habitual en el cine mexicano con una densidad emocional, social y simbólica que desbordaba las expectativas de la industria, del público y de la crítica. A veinticinco años de su estreno, la película no ha envejecido ni ha perdido su capacidad de impacto. Al contrario, ha ganado una dimensión casi mitológica como la obra que revitalizó el cine mexicano desde sus entrañas más oscuras.
“Amores perros” entrelaza las historias de varios personajes a partir de un accidente automovilístico que los relaciona e involucra directa o indirectamente entre sí. Octavio, un joven en apuros, en una huida automovilística desesperada por las calles del DF, impacta de lleno con la modelo del momento Valeria Am y todo esto es observado por un linyera apodado El Chivo. Todos ellos formarán parte de una trama dividida en tres cuyo hilo conductor serán los perros no sólo como las queridas mascotas sino también en el sentido metafórico de la palabra: difícil, complicado, cabrón, jodido. “Amores perros” es una película que excede la trama. Cada historia que se desarrolla tiene un tratamiento casi filosófico sobre el sentido de la vida, el amor, el dinero, la familia, el mundo y sus males, etc.
El film comienza en plena persecución. Un joven desesperado maneja un coche a toda velocidad mientras su perro sangra en el asiento trasero. La secuencia, vertiginosa y brutal, culmina en una colisión que se convierte en punto de fuga y de unión para los tres relatos que siguen. Lo que a primera vista parece un recurso estilístico heredado del cine de Tarantino termina revelándose como una operación profundamente mexicana. La violencia no es un juego estético sino una experiencia cotidiana, un tejido que enlaza vidas, clases sociales y pasados que no dejan de perseguir a los personajes.
A lo largo de la cinta, el perro opera como motivo conductor y como símbolo mutable. Representa la violencia, la lealtad, la dependencia, la angustia, el desarraigo. Es también el único vínculo constante entre los tres relatos. En una ciudad donde los vínculos humanos están rotos, los perros parecen ser los únicos capaces de ofrecer afecto genuino, aunque esté teñido de dolor o tragedia. La mirada de Cofi al final de la cinta condensa más humanidad que muchos de los personajes que lo rodean.
En términos técnicos y estéticos, Amores perros exhibe una maestría inusual para una ópera prima. La fotografía de Rodrigo Prieto no busca embellecer la miseria ni caricaturizar la opulencia. Cada segmento tiene su propio clima visual. Los jadeos de los perros, los lamentos y los sonidos de la ciudad que nunca calla, forman una sinfonía urbana que eleva el realismo a un nivel sensorial.
Ficha Técnica:
- Título original: Amores Perros (México, 2000)
- Dirección: Alejandro González Iñárritu
- Guion: Guillermo Arriaga
- Elenco: Emilio Echevarría, Gael García Bernal, Goya Toledo, Alvaro Guerrero, Vanessa Bauche
- Música: Gustavo Santaolalla, Daniel Hidalgo
- Fotografía: Rodrigo Prieto
- Género: Drama