Por Leandro Trimarco*
Venta a Precio Vil
Yacimientos Petrolíferos Fiscales, conocida por sus siglas YPF, es una de los motores de la economía argentina que junto con la soja y la minería extractiva a duras penas mantiene a flote el gobierno de Javier Milei. Se trata de una empresa fundada en los comienzos del siglo XX por Hipolito Yrigoyen cuya misión era proveer al estado argentino la capacidad para producir y refinar combustibles fósiles que en un futuro (el peronismo) servirían para alimentar con energía barata a la industria nacional. Esta misión fue cumplida en gran medida por YPF hasta el cambio de régimen económico que se dió con la última dictadura cuando el país pasó de un modelo industrial con conducción público-estatal, a un modelo de concentración privada y valorización financiera. En ese marco abierto con la dictadura, la burguesía nacional y la clase política pasó a proponer lo que luego se cristalizaría con el menemismo, la idea de que todo lo que fuera nacional no quedara en manos del estado y pasara a ser administrado por privados. Para ello, el discurso empleado fue el de afirmar que el estado proveía servicios ineficientes y que la administración privada (basada en una supuesta competencia) permitiría abaratar y modernizar todo lo que antes provenía del estado. La realidad era que se hacía un traspaso de la capacidad industrial del país hacia manos privadas cuidando de que esos particulares no tuvieran que invertir nada. Al mismo tiempo, el servicio de provisión de energía para la industria y para los hogares pasaba de tener una razón de estado a una de mercado. Es decir, de atender las necesidades de la población y la economía, se pasaba a un criterio de rentabilidad privada.
De esta manera, luego de ser convertida en Sociedad Anónima en los 80’, YPF sufrió un proceso de vaciamiento para poder vender la empresa sin gran oposición por parte de la sociedad. Los partidos políticos ya habían pactado la entrega del patrimonio nacional luego de la crisis del alfonsinismo. En 1992, esta venta de YPF a los accionistas de REPSOL se concretó en el marco de un gran escándalo de corrupción: la empresa se vendió muy por debajo de su valor real de mercado pasando a ser un negocio redondo para la empresa española, al mismo tiempo que Argentina se quedaba sin una firma referente en el ámbito hidrocarburífero: un país que no tenía producción propia de combustibles y que dependía enteramente del capricho del sector privado para su abastecimiento.
Caída de la Producción y Crisis de Abastecimiento
La contrapartida de la privatización era un contrato (recuerde esto) que obligaba a REPSOL a realizar las inversiones pertinentes para mantener el nivel del servicio, ampliar la producción, invertir en exploración y tecnología, y garantizar el abastecimiento nacional. En síntesis, la empresa pasa a manos privadas bajo la condición de ser eficiente, algo que en el discurso menemista era natural en la gestión privada. Por supuesto, la empresa incumplió de manera planificada y sistemática cada uno de sus obligaciones para con el estado.
REPSOL-YPF no sólo no amplió el número de pozos, sino que se dedicó a explotar únicamente los que daban mayores ganancias para poder remitirlas al exterior. No existían tasas de reinversión y para peor muchos de los yacimientos que estaban en poder de la empresa fueron abandonados creando fuertes protestas de petroleros y el surgimiento de pueblos fantasmas en todo el país.
Esto era una consecuencia natural de la propia idiosincrasia de la gestión privada: no se invierte para desarrollar un país, se invierte para ganar dinero. Las mejoras en el nivel de vida, la calidad del servicio, la tecnología no son objetivos directos del capital sino herramientas que a veces usan las empresas para garantizar ganancias. Si se puede conseguir ganancias sin invertir entonces ¿Por qué no hacerlo? Más aún si el estado que supuestamente debe controlar es fácilmente sobornable y además no tiene organismos de contralor adecuados.
La década del 90’ fue una fiesta para REPSOL: aprovechó las ganancias de todo el entramado antes público de provisión de petróleo sin tener que hacerse cargo de ninguna obligación frente a la población. ¿Cuál fue el resultado? A mediados de los 2000 la provisión de petróleo y derivados entró en declive, sin que la empresa tuviera un plan de inversión para revertir la situación. En 2011, la situación era ya tan crítica para la empresa que Argentina tuvo que comprar gas y combustible en el mercado internacional acelerando el proceso inflacionario. Argentina había regalado su producción de combustibles a cambio de un servicio ineficiente, carísimo y sin futuro. El mercado no tenía la menor idea de cómo resolver el problema.
Reestatización y Conducción Nacional
Argentina necesitaba hacer algo de manera inevitable o enfrentar el desabastecimiento energético y la espiral de precios de la industria, el transporte y la calefacción. Una crisis en toda regla que el kirchnerismo transformó en una causa nacional. Convirtió una crisis energética y productiva en una oportunidad de recuperar un sector de la economía crucial para el desarrollo de la industria y que el menemismo había vendido a precio vil sin obtener ninguna de las supuestas bondades de la privatización.
Ante el desabastecimiento y la imposibilidad de obligar a REPSOL a invertir en el corto plazo, Axel Kicillof, por mandato de CFK, inició el proceso de recuperación de YPF al ordenar la expropiación del 51% de las acciones de la empresa, asumiendo así el estado argentino la administración de la misma. Esta acción se llevó a cabo manteniendo un staff de técnicos en el directorio de la empresa atendiendo así a la idea de que además del carácter nacional la empresa debía ser eficiente.
La empresa REPSOL protestó en tribunales internacionales y numerosos accionistas iniciaron demandas legales contra Argentina que luego terminaron en acuerdos pagados con bonos argentinos. En Argentina, la oposición política encabezada por el radicalismo y el PRO protestaron alegando un ataque contra la propiedad privada y la seguridad jurídica de las empresas a pesar de que en el Congreso votaron la expropiación.
Lo cierto es que REPSOL había incumplido todos los contratos con el estado argentino, pero el menemismo en su modelo de privatización le había concedido garantías y beneficios a la empresa española que le daban sustento jurídico en tribunales internacionales ávidos de fallar contra la Argentina. ¿Cuáles eran esos beneficios del menemismo? Plazos irrisorios para mantener la concesión, seguros contra expropiación, compromisos de pago altísimos en caso de que el estado interviniera la empresa, libertad para fijar precios, y toda una serie de ventajas a la empresa que sólo beneficiaban al privado perjudicando abiertamente a la población argentina.
Dentro de la teoría económica de la oposición, es decir, el culto fanático al libre mercado, la reestatización de YPF la volvería ineficiente, cara y deficitaria, como con REPSOL. Pero en la práctica ocurrió lo contrario: el estado invirtió fuertemente en exploración hidrocarburífera, capacitación de mano obra, infraestructura, es decir, lo que debió hacer REPSOL, y como resultado aumentó la cantidad de pozos explotados, el volumen de combustible extraído e incluso en un acuerdo con Chevron inició el proceso de armado de lo que hoy se conoce como “Vaca Muerta” el yacimiento de petróleo y gas no convencional que sostiene actualmente la producción de combustibles en el país. El objetivo de esta recuperación era no sólo evitar la crisis en ciernes sino garantizar el abastecimiento de gas y petróleo para una futura industria argentina que pudiera alcanzar precios competitivos al menos en Latinoamérica. Y por un tiempo lo logró e incluso se proyectaron gasoductos para vender a Brasil. Paradójicamente, la política argentina inmortalizada en medios liberales como “la chorra” había invertido en un esquema productivo que nos salva de hacer inviables las industrias en el país. Al mismo tiempo, el actual gobernador de Buenos Aires era ridiculizado hasta el hartazgo por “no saber de economía”, cuando en simultáneo las mismas personas que se burlaban de él no tenían ni idea de cómo conseguir combustible barato, ni tenían un plan de inversión, y en casos extremos como Macri, incluso aseguraban que Vaca Muerta era inviable. Pocos años después el mismo Macri anunciara orgulloso las primeras ganancias de fruta de la estatización que tanto criticó.
Los peligros de ser un boludx
Vaca Muerta existe desde los últimos años del kirchnerismo y con la recuperación de YPF Argentina fue durante esos años un serio candidato a reindustrializar ya que contaba con una compañía estatal que aspiraba a proveer energía barata. De hecho, la mayoría de los países industriales como Rusia, Alemania, China, Brasil, el propio EE. UU, justamente logran sostener la industria pesada porque pueden obtener combustible a precios baratos o bien son productores. Desde la planificación del estado garantizan el abastecimiento, el precio y la infraestructura para que no se inflen los precios de todo lo que producen. Para eso tienen el gas, el petróleo y las centrales nucleares. No para venderle gas a sus vecinos, sino para tener energía barata con la que producir ellos bienes industriales de alto valor agregado. Por eso son países industriales sin importar que luego afirmen públicamente que no están a favor de lo público o que no es bueno que el estado controle el precio de los combustibles. Lo dicen en todos los foros internacionales, pero nunca una potencia, en ningún momento de su historia, comete el suicidio de no controlar su provisión de energía. Porque al vender su energía barata están financiando la industria de otros potenciales rivales. Y cuando se dan casos, como el gas ruso calentando Europa, siempre la industria del país de origen lo paga más barato. SIEMPRE.
Y usted pensará ¿Como en Argentina?
Insólitamente, nuestro país, al mismo tiempo que le vende sus recursos mineros a precio vil a EE. UU, Chile y Brasil, le cobra a los usuarios y a las industrias argentinas el precio más caro a nivel mundial de cualquier combustible que se produzca en el país. A todo el mundo le resulta barato comprarnos mientras que a nosotros producir con estos costos de combustible nos vuelve… tal y como les aterra a los libertarios… poco competitivos. Pagamos la industria brasileña al mismo tiempo que cerramos pymes porque no pueden pagar la luz y el gas en nuestro país.
Este sin sentido, esta estupidez planificada, encuentra en Javier Milei su máximo representante: una política entreguista, prácticamente extranjero, sin más plan económico que vender todo lo que se pueda lo más rápido que se pueda. Pensando en fantasías de libre mercado desaprovecha una oportunidad histórica para alimentar industrias competitivas siendo Argentina después de años de inversión luego de la recuperación de YPF un país productor.
En un mundo donde las potencias se disputan los recursos de manera voraz para sostener su guerra comercial o militar, ser un boludo que se cree el cuento del libre mercado es un crimen.
YPF se recuperó con un discurso nacionalista, pero no solo para vender escarapelas. El sentido de esta estatización histórica sigue pendiente, a saber, el armado de una industria de combustibles en la argentina capaz de sostener una industria pesada, nacional y competitiva. Esa posibilidad todavía existe y por ella también hay tanto empeño en privatizar de nuevo YPF, para terminar con la posibilidad de una Argentina industrial.
Si las personas supieran de verdad, no las tonterías que ven en redes o medios liberales, si de verdad supieran lo que significó la recuperación de una empresa modelo como YPF no se consolarían con vender gas o petróleo por unas pocas monedas, que además nunca verán.
*Profesor de Historia por la Universidad de Morón