Por Leandro Trimarco*
Todos los razonamientos llevan a lo mismo
Reescribí esta nota ya por cuarta vez. En todas sus versiones anteriores mi conclusión era terminante: este país no es libre, ni independiente, ni parece tener una clase política dispuesta o siquiera con la idea de un proyecto de estado sin injerencias extranjeras. El presente es terrible: a la de por sí frágil posición de la Argentina en el escenario geopolítico internacional de los últimos años, con un mundo con múltiples polos de poder disputándose la hegemonía, se le suma la inexistencia de un programa económico y político que le permita generar un proceso de desarrollo en el marco de las oportunidades que el mundo da hoy. A esta falta de estrategia que padece TODA la clase política se le suma una subordinación a los sectores empresariales y financieros que quieren controlar el estado sin asumir ninguna responsabilidad de gobernanza sobre la población. Dicho en palabras simples: quieren venderle salud a la población a precio internacional, pero jamás harán una campaña de vacunación. Esa clase empresarial tiene tanto poder que puede colocar gobiernos títeres promovidos por los medios de comunicación (Macri, Milei) para que ejecuten programas que sólo los benefician a ellos. Cuando no ponen el gobierno de manera directa tienen la capacidad de bloquear toda forma de política independiente a través de mecanismos de mercados como el precio del dólar, la liquidación de divisas, o la inflación. Así, cuando el gobierno es de signo liberal, ejecuta de manera expedita toda suerte de medidas para los sectores dominantes sin importar el daño a la población. Cuando el gobierno es peronista lo único que puede hacer es una política de la impotencia donde denuncia la realidad, pero no la cambia. Ese fue Alberto Fernández, pero también fue la actitud del peronismo durante los gobiernos de Macri y Milei: indignación sin acción.
Ahora bien, como esa clase empresarial está acoplada con las burguesías y los estados más ricos del norte, ejecuta sus políticas en el sur global, en nuestro país. Está totalmente subordinada a la agenda de estos países (venta de combustibles y alimentos a EE.UU. y Europa) y a la de sus empresas (liberación de la minería, la pesca y el sector agro). Así, el país es doblemente esclavo: está sometido al poder de potencias industriales extranjeras, y al mismo tiempo está sometido al directorio de los principales conglomerados empresariales y financieros. La conclusión es la misma siempre: no es un país libre. No tiene ningún tipo de independencia más que la simbólica. Nada que sea del país es controlado por el país.
¿Cómo se llega a esta situación? Más importante ¿Cómo podemos revertir esta catástrofe?
1816 no es como lo pintan
Cuando la independencia se declaró hace más de doscientos años, a las Provincias Unidas les quedaba todavía un largo camino hasta alcanzar algo parecido a la independencia económica si bien la autonomía política parecía asegurada. En 1816 comienzan dos campañas: San Martín con el plan continental y Güemes con la Guerra Gaucha en el norte, bloqueando el paso a los realistas. En el resto del territorio de las Provincias Unidas la guerra era hacia afuera contra el Imperio de Brasil y hacia adentro para intentar imponer un modelo de estado centralizado o federal.
San Martín triunfa en Perú y garantiza la no injerencia española en Sudamérica, Güemes bloquea la reconquista del interior del continente, y en el Río de la Plata, el Almirante Brown impide el paso de la armada brasileña. La política, aunque sin unidad es efectivamente independiente de las decisiones políticas de las potencias extranjeras. La economía, sin embargo, comienza un camino de crecimiento hacia afuera que excluye a los territorios del interior del continente y sienta las bases de la dominación extranjera que vendrá después: la económica.
Sudamérica, a excepción de Brasil, es a la fecha un continente de puertos cuya riqueza se basa en extraer recursos de su territorio para exportarlos afuera. Los puertos y las costas son ricos, el resto es pobre y despoblado. Esa forma de armar los estados es lo que ha sido causa de la dependencia de las naciones americanas a los países industriales de Europa, Asia y América del Norte.
Sólo cuando Argentina, al igual que Brasil, comenzó un camino de desarrollo industrial, de producción de tecnología, de desarrollo interno, conoció un estado con decisiones soberanas. Sólo cuando Argentina dejó de importar todo de Europa y los EE.UU, incluso las ideas, tuvo libertad plena sobre su destino y su población.
Visto así, 1816 no es el punto de quiebre desde donde comienza el destino independiente de este país, es sólo una declaración de intenciones, un proyecto que encontró resistencias y vaivenes, pero que tuvo momentos donde realmente vivió esa idea: la independencia. Y si pensamos la independencia como algo que se ejerce, se transita, se vive, y no sólo como un estatuto legal o una declaración política, entonces podemos empezar a pensar en que salir de este marco de dependencia y estupidez política es posible. Este país no es ni de cerca una nación libre, pero lo fue en momentos de su pasado y puede volver a serlo en el futuro.
Sueño divino de libertad
Si pensamos que un país libre es posible primero debemos darnos cuenta de qué cambios son necesarios para alcanzar esa genuina libertad. No hace falta ni siquiera que miremos a las potencias que se disputan el mundo, Rusia, EE.UU, La Unión Europea y China. No. Miremos al vecino exitoso, miremos a Brasil.
Los puertos por donde sale la mercancía brasileña son del estado de Brasil, es decir, de sus ciudadanos. Argentina tiene privatizados sus ríos e incluso sus puertos, teniendo prácticamente ningún control sobre la riqueza que se extrae del país. Brasil tiene fuerzas armadas con tecnología militar propia y una armada. Argentina tiene desde el siglo XX un ejército que responde a la clase empresarial cuyos intereses son internacionales. Son un ejército de ocupación dentro del propio país. Brasil controla el comercio de la energía y la comida, asegurando una parte de la torta para la inversión pública. Argentina tiene todo en manos privadas las cuales deciden que nosotros paguemos todo como si fuéramos europeos. Brasil toma decisiones pensando en el futuro de su país. Argentina toma decisiones en base a las ganancias privadas de los empresarios. Brasil aspira a ser un país poderoso con capacidad de influir en las decisiones que se toman en el mundo. Argentina cuánto mucho es un mercado cautivo que sirve como fondo de inversión para privados. Esos son las situaciones que se deben revertir.
En este presente, rebelarse contra esta situación colonial informal puede tener consecuencias muy duras para el país, pero no cambiar el rumbo avizora un futuro mucho peor. Sin embargo, la lenta pero constante decadencia de los EE.UU. en todo el mundo es una ventana de oportunidad que la Argentina puede aprovechar para su emancipación: no tiene conflictos con Brasil, ni Rusia, ni China, ni Sudáfrica. Al contrario, puede generar poderosas alianzas comerciales y militares con estos países. Cuenta con los recursos estratégicos para una industria pesada y de alta tecnología, tiene alimentos baratos, energía barata, tiene frío para los procesadores informáticos, tiene mano de obra altamente calificada, vastos territorios, un espacio aéreo aislado de la posibilidad de bombardeos, tiene ciencia, tiene agua, tiene relaciones con todo el mundo.
Basta una decisión política audaz y una planificación económica pensando a futuro para convertir ese país latente en algo más parecido a Brasil o a Sudáfrica. Pero debe reconocer los obstáculos y actuar en consecuencia: por un lado, debe independizarse de la influencia de los países del norte, es decir, debe hacer algo con la deuda, sea desconocerla con sus consecuencias u obligar a sus verdaderos deudores a pagar. Por otro lado, debe emanciparse de la dominación de sus clases empresarias que aparte de destruir el tejido social por avaricia no tienen en mente ningún proyecto de país que contemple las necesidades de su población. Esas dos independencias son necesarias, pero hará falta también una tercera: la de las ideas.
La población argentina piensa lo que la tele y las redes le inoculan las 24 horas del día: un sentimiento de inferioridad constante, una impotencia programada, la falta de cualquier herramienta de análisis para comprender la realidad y un odio bruto que se vuelve constantemente contra los propios odiadores. Romper esta maquinaria de propagación de la idiotez colectiva es indispensable, un requisito previo para cualquier proyecto país independiente, de los garcas extranjeros y los locales.
La independencia que se anunció 1816 hoy está derrotada, pero ninguna situación política es definitiva. Esta larga noche de ignorancia y odio terminará eventualmente, y habrá que estar listos para hacer sin titubeos todo lo necesario para levantar este país. Debemos hacer a un lado a los tibios, cobardes e ineptos, y ejercer la libertad de manera genuina.
Argentina ya lo hizo en el pasado. Puede hacerlo de nuevo.
*Profesor de Historia por la Universidad de Morón