Por Milagros García
Mi relación con los libros de cuentos no es para nada simple. El cuento es mi forma literaria favorita, porque confío mucho en su artesanía. Pero confieso que tengo el horrible prejuicio de que en las antologías voy a leer algunos relatos geniales y muchos olvidables que justifiquen la compilación. Además, asocio a esos cuentos con una lectura itinerante: un cuento en la cola del correo, uno antes de dormir, otro en el ratito entre trabajo y trabajo. Con tanta desconfianza a la hora de leer libros de cuentos, es refrescante cuando una compilación me atrapa en su propio ritmo y me impone sus términos.
Eso me pasó con Sofoco: lo empecé a leer en un colectivo, pero en el transbordo me refugié en un café para darle el espacio y el tiempo que se merecía.
Mi experiencia con la literatura colombiana es mínima (pero enorme, ustedes me entienden), así que se me escapó el diálogo con sus compañeros, y quizás no logré desenvolver por completo algunas penas y alegrías de las historias. Pero, de todas maneras, Laura Ortiz Gómez tiene suficientes recursos para que sus textos no sean indiferentes para nadie.
Lo primero que me llamó la atención fue la destreza con la que construye las voces de sus narradores. Cuando trabajamos con literatura, desde la secundaria hasta la universidad, tenemos presente la persona gramatical que sostiene la voz del cuento como un elemento más, análogo a otros que componen un trabajo literario; como la estructura, pero también los personajes o las coordenadas de espacio y tiempo. Antes, cuando la ficción le pertenecía a la oralidad, la voz era bastante inequívoca, pero con la hegemonía de la ficción escrita, la creación de una voz tiene la posibilidad de ser un dispositivo significante más. Sin embargo, solo algunas veces la decisión del tipo de narrador tiene consecuencias reales en la historia.
Las primeras personas en Sofoco, en cambio, ocupan con mucho mérito el yo a partir del cual construyen. Y vale mencionar una propuesta refrescante de “Esperar el alud”, porque la persona gramatical es la segunda, y en consecuencia somos un ex guerrillero augurando el desastre.
Quisiera explicar por qué amé cada uno de los cuentos de la antología, pero les deseo que se encuentren con este libro con plena posibilidad de sorprenderse, así que elegí mencionar solo tres.
En “La cajita de Avon” nos sofocamos de calor con Marlenys Martínez, que padece una vida cíclica y austera. Cualquiera de nosotras podría verse reflejada en su vida aburrida y algo triste, pero la novedad en la trama llega con el nombre de Akaki Akakievich en un formato bastante peculiar. Acá no hay capote, pero hay caja, y no hay fantasma pero quizás haya algo mucho mejor.
“Un toro bien bonito” y “Parto de vaca” tienen en común más que la especie en sus títulos. La mayoría de los personajes de la antología están un poco desamparados. También atravesados por la guerra. Pero estos dos cuentos son los que encarnan de manera más cruda esos dolores. Los protagonistas de las dos historias se encuentran con su historia familiar de maneras trabajosas. En el primero, Jeremías, que no sabe leer, tiene una carta en su poder y mucho ingenio para conseguir conocer su secreto; en el segundo un muchacho de 15 años busca respuestas para la ausencia de una madre que no conoció.
Sofoco es un libro enorme en cada uno de sus nueve cuentos. Es enorme por la vitalidad de la naturaleza que arremete en sus páginas. Por la sustancia irrefutable de sus personajes. Por la magia de su prosa. Por la verdad inmortal de sus dolores. Confíen en ese ahogo, porque la bocanada de aire que sigue va a llegar más pura.
Ficha Técnica:
- Idioma: español
- Editorial: Concreto
- Autora: Laura Ortiz Gómez
- Cantidad de páginas: 136
- Año: 2021