Por Matías Ballesteros
Hay edificios que pueden pasar desapercibidos con el paso de los años, y hay otros que, aun en silencio, imponen su presencia sobre una ciudad entera. En pleno centro de General Rodríguez, entre cables, fachadas modernas y el ruido cotidiano, se alza una estructura que parece detenida en el tiempo: once pisos de ladrillo a la vista, balcones en forma de jaula corroídos por el óxido y ventanales que ya no miran hacia afuera, sino hacia su propio pasado.
Quienes pasan por la zona la observan sin mirarlo, pero todos lo reconocen. Es un gigante que nunca despertó. Un edificio que nunca fue habitado, que guarda historias de sociedades antiguas, incendios, promesas de progreso y una construcción tan ambiciosa como accidentada. En su interior, la mezcla modernidad de los años 80 con abandono absoluto, genera la misma sensación que un libro abierto del que faltan varias páginas.
A su alrededor circulan versiones y mitos que crecieron con el tiempo: que está torcido, que su ascensor jamás funcionó o que un error en el diseño original condicionó toda la obra. Nada está completamente confirmado y, sin embargo, todos conocen alguna historia diferente. Esa frontera entre lo dicho y lo real es la que motivó esta investigación: volver al origen, reconstruir los hechos y entender qué ocurrió realmente con el edificio más alto —y más enigmático— de General Rodríguez.
SUS INICIOS
En el pueblo creciente de General Rodríguez todo tuvo un comienzo. El extenso campo y los terrenos baldíos empezaron a ser reemplazados por construcciones, y una de las primeras fue la sede de la Sociedad Unión Italiana de Socorros Mutuos, fundada en 1896.
La obra comenzó en 1899 y fue inaugurada el 18 de junio de ese mismo año, sobre la entonces Calle 16 —hoy 2 de Abril—. Su construcción, realizada por Ángel Tadeo, tuvo un costo de 3.600 pesos. La inauguración fue un acontecimiento de gran magnitud para el joven pueblo rodriguense, ya que se trataba de la primera obra social levantada en la localidad.
La fachada exhibía una verja propia de la época, con portón de hierro y seis pilares, acompañada por un jardín principal. Allí funcionaron espectáculos teatrales, kermesses y distintos bailes que solían convocar a los vecinos del lugar.

FUSIÓN DE LAS SOCIEDADES ITALIANAS
El 15 de octubre de 1916, una asamblea conjunta ratificó la fusión de las dos instituciones italianas existentes: la Primera Sociedad Italiana (1894) y la Sociedad Unión Italiana (1896). De esta unión nació la Sociedad de Socorros Mutuos Unión Primera Italiana.
La sede y el salón de esta nueva entidad fueron aportados por la Sociedad Unión Italiana, ubicados frente a la actual plaza Martín Rodríguez.
ÚLTIMAS REMODELACIONES
El 20 de septiembre de 1921 se habilitó nuevamente la sede italiana, ampliada y reformada por los constructores Pablo y Pedro Politti. Esa fachada —más moderna y adaptada al crecimiento del pueblo— perduró durante 60 años, hasta su demolición en septiembre de 1981, cuando se decidió avanzar con la construcción del edificio que hoy conocemos.

DE LA TRAGEDIA A UN NUEVO PROYECTO
En el año 1975, los planes de la Sociedad Italiana dieron un giro inesperado. Un incendio en el supermercado “El Enanito”, que funcionaba en el edificio reformado de 1921, dejó la propiedad totalmente en ruinas. Sin los fondos necesarios para reconstruirla y atravesando un difícil momento económico, la institución convocó a una asamblea clave: la decisión fue construir una nueva sede en planta baja, acompañada por un edificio de once pisos, propiedad del consorcio. Un proyecto que finalizaría en un error conceptual.
La obra del que se convertiría en el edificio más alto de la ciudad, aún hoy, comenzó oficialmente el 1 de septiembre de 1982. El proyecto fue diseñado y dirigido por el arquitecto Raúl Eduardo Maceratini, mientras que la ejecución estuvo a cargo del maestro mayor de obras César Bravi.
Tras varios años de trabajo, el 25 de abril de 1987 la “Sociedad Unión Primera Italiana” inauguró su nueva sede, ubicada en la planta baja del moderno edificio. Este sería el tercer edificio construido en el mismo predio por la asociación.
El paso del tiempo, los inconvenientes legales entre los propietarios y la gran pérdida de porcentaje en manos de la sociedad italiana, fueron alguna de las causas por la cual el edificio nunca pudo ser habitado.
SU INTERIOR ACTUAL
La recorrida por el edificio confirma varias de las historias que durante décadas circularon en General Rodríguez: locales comerciales en subsuelo y un estacionamiento amplio con escalera caracol que te transportaba al patio principal del edificio. Algo oculto para los rodriguenses.
Al ingresar al primer y segundo piso, descubrimos que ambos niveles están conectados por una escalera interna, formando un solo y amplio departamento para los estándares de los años ochenta. En aquel entonces se especulaba que ese sector podía destinarse a oficinas administrativas o incluso a un salón de usos múltiples, pensado para acompañar el proyecto urbano que jamás llegó a concretarse.
A partir del tercer piso, la distribución se vuelve repetitiva, casi calcada hasta el undécimo nivel: un comedor con vista directa a la calle 2 de Abril, el característico balcón lateral que muchos vecinos observan desde la vereda, y un pasillo angosto que conduce a tres habitaciones y a un hueco tipo placard en mitad del recorrido. Son departamentos amplios, sí, pero hoy completamente absorbidos por la oscuridad. En varios de ellos, la falta total de luz nos impidió imaginar con precisión qué función tuvieron cada uno de los ambientes, dando la sensación de que el tiempo los vació antes incluso de que pudieran ser usados.

Uno de los elementos más sorprendentes es el hueco donde debía ubicarse el ascensor interno, aquel que –según el proyecto original– permitiría llegar directamente a cada departamento desde el estacionamiento subterráneo. Esa innovación, pensada para darle un perfil moderno al edificio, terminó siendo uno de los grandes problemas de la estructura: Su presencia hoy dificulta cualquier intento de refacción, venta o inversión debido a los altos costos.
El único ascensor operativo para visitantes (un modelo antiguo con puerta corrediza de hierro) permanece trabado en el décimo piso. Su silencio metálico, detenido a mitad de recorrido, parece sellar la sensación de que todo en esta torre quedó suspendido en el tiempo.

UN MITO QUE CONTINUA HASTA LA ACTUALIDAD
Entre 1983 y 1985, mientras el edificio avanzaba en plena etapa de construcción, los obreros comenzaron a utilizar uno de los ascensores para transportar materiales a los pisos superiores. Fue entonces cuando ocurrió un hecho que marcaría para siempre la historia del lugar y daría origen a uno de los mitos más difundidos de General Rodríguez: “el edificio está torcido”.
A partir del séptimo piso, con el ascensor en movimiento, los trabajadores escucharon ruidos ensordecedores: el rozamiento de la estructura metálica contra las paredes. Para muchos, aquello era la prueba de que el edificio se había construido chueco. Entre risas nerviosas y preocupación real, el rumor se expandió rápidamente.
Pero… ¿puede un edificio realmente construirse torcido?
Sí, es posible debido a errores de diseño o ejecución, aunque es más frecuente que una inclinación ocurra con el paso del tiempo, por fallas en los cimientos.
Sin embargo, este no era el caso. Con el tiempo y varios expertos en el tema, se confirmó que el problema no era la estructura, sino el grosor de las paredes del hueco del ascensor, lo que generaba el roce y el ruido que alimentó el mito. El edificio nunca estuvo torcido, aunque la leyenda sigue viva en la memoria colectiva rodriguense y las contradicciones siguen hasta el día de hoy.
Casi cuatro décadas después de su inauguración simbólica, el edificio sigue allí: intacto en su presencia, erosionado en su destino. Sus paredes agrietadas a simple vista, son la evidencia material de un proyecto que nunca llegó a cumplir lo que prometía. Desde la vereda, basta levantar la mirada para ver líneas abiertas en el hormigón, barandas corroídas y balcones que parecen sostenerse más por inercia que por ingeniería.
A lo largo de los años, el edificio fue objeto de innumerables rumores: ventas que nunca se concretaron, propuestas de inversión que quedaron en palabras, interesados que aparecieron y desaparecieron sin dejar rastro. Es como si la torre repeliera cualquier intento de devolverle vida, como si hubiera quedado atrapada en una especie de limbo urbano del que nadie, ni instituciones, ni privados, logra sacarla.
Y sin embargo, allí está firme: Un gigante dormido que observa el crecimiento de General Rodríguez desde el mismo terreno donde hace más de un siglo se levantaba la primera sede italiana del pueblo. Un edificio que, pese a todo, sigue siendo parte del paisaje emocional de la ciudad. No porque haya cumplido su función, sino precisamente porque nunca lo hizo.
Quizás por eso despierta tanta fascinación. Porque no es solo cemento y ladrillo: es la suma de lo que fue, lo que intentó ser y lo que jamás terminó siendo. Es un recordatorio silencioso de que toda ciudad tiene su propio misterio a cielo abierto; el nuestro mide once pisos y, aunque nadie lo habite, nunca estuvo realmente vacío.












