Recuérdame esta noche, y nómbrame en tu idioma, amor mío, muchacha, territorios de pájaros, nómbrame en las ciudades donde trepas los trenes con la amapola herida de tu vestido diario.
No conozco tu nombre, pequeñito y apenas, tu mínimo poema de una sola palabra, pero voy pronunciándote cuando digo esperemos o cuando me transitas hacia dentro del alma, porque sé que tus rostros tiene el mismo rostro, y tu sonrisa un aire del pétalo del aire, conozco, se tu modo de salvarnos la vida, vencedora inmutable, con un niño en la sangre.
Yo te he visto muchacha plural, en las ciudades, gastándote la magia con la prisa del alba.
Las oficinas públicas, públicamente áridas, la tienda estrepitosa, la planilla a mansalva, esas fábricas rojas de devorar el sueldo, lamentables rutinas de alquilarte hasta el sábado.
Las ciudades son turbios demagogos, son esas celestinas anónimas de la moda, sensuales como una gelatina de sexo pegajoso, espesas son, a gotas, turbiamente sensuales. Las ciudades son fríos hoteles transitorios. Debe ser espantoso morir en las ciudades.
Porque no han hecho nada por amor, tantas cosas, porque no figurabas en los planos, muchacha. Y ya has nacido risa, has nacido tumulto, has nacido de pronto con golpe de alas.
Y ahora que has venido, que ya estás, que has llegado, hay que cambiarlo todo, decir amor y amarnos, clausurar las planillas, postergar las ganancias, ahora que has llegado con tu fragante risa que han de hacer los hombres con destino contable…
En horas de oficina bajará mi poema a decirte en la oreja: territorio de pájaros…
Pero sigue guardando flores en la cartera, la última dulce carta, un poema de Pablo, sigue guardando signos de combatir el moho, subversivos panfletos de construir la esperanza, y tu nuca tibia, trizada luz, flor pálida, resistes esta estrecha disposición de enanos apoyada en tus sueños como en una ventana. Y el moscardón horario zumbándote el absurdo para matarte adentro tu condición de pájaro.
Muchacha, estrella nuestra, amor en todas partes, los poetas cantamos para tu pie desnudo.
Para tu sangre diaria.
Porque somos la vida y esa sonrisa tuya,
nada más que la vida,
la vida y tú,
muchacha.
Consideré apropiado homenajear a las mujeres en su día, con este formidable poema de Armando Tejada Gómez.