Por Leandro Trimarco*
«Los muchachos peronistas todos unidos triunfaremos.» Acto seguido se organizan no uno, no dos, sino al menos tres actos por el 17 de octubre, con posibilidad de un cuarto. Todo esto bajo una pesada atmósfera de derrotismo de cara al año que viene, una inflación desbocada, una oposición radical y audaz, números históricos de endeudamiento externo, trabajadores en blanco pobres, pobreza que baja porque sube la indigencia, un sistema de medios que directamente reparte información falsa y discursos de odio, más apatía generalizada hacia la política oficialista dados los resultados de tres años de gobierno y desgaste de las herramientas del estado. Tal vez no quede del todo claro pero la situación no es auspiciosa. No solamente por los graves problemas económicos sino por la falta de una propuesta política que conduzca hacia un horizonte de salida o al menos de estabilidad.
Mientras tanto los distintos espacios que componen el frente de todos están empantanados en el laberinto de una mirada política que reduce lo posible a la aritmética y la correlación de fuerzas: todos parecen convencidos que la unidad hace la fuerza, pero dentro de la misma la potencia de cada parte se neutraliza. Los diagnósticos sobran: algunos explican la impotencia por los rasgos personales del presidente, otros por la parcelación de los ministerios, otros porque creen que este mundo actual es muy distinto para que funcionen las viejas recetas del peronismo. Todo es cierto.
Este 17 de octubre comienza con una pelea por la representación de lo que el movimiento significa y por conducir una alternativa que lo haga salir de este laberinto de deuda e impotencia frente al poder privado concentrado.
El contexto ha cambiado, pero ciertas condiciones históricas permanecen. Esencialmente ciertas características del poder oligárquico concentrado de nuestro país: no respeta ningún pacto democrático, avasalla cualquier derecho que se interponga con su ganancia, es profundamente conservador, se mueve en bloque, y no escatima acciones directas.
El 17 de octubre suele ser relatado como el surgimiento del movimiento peronista y la gesta épica que luego daría lugar a la campaña de Perón. Es eso y muchas cosas más también.
La oligarquía (dicho en sentido amplio, ningún fino de las definiciones se ofenda), contaba y cuenta con el poder blando y simbólico como para torcerle la mano incluso a un gobierno de facto. Por esa razón pudieron hacer caer en desgracia a Perón dentro del gobierno del que formaba parte como secretario de trabajo, y luego encarcelarlo una vez manifiesta su intención de construir poder.
El encarcelamiento de Perón no puede ser evitado por la oficialidad militar aliada, ni por sus contactos en los sindicatos. Goza al momento de llevarlo a la isla Martin García de prestigio entre los trabajadores, pero ningún aliado en el espectro político. Mientras lo conducen a su confinamiento ya está la disposición que unge a la corte Suprema como cabeza del poder en la Argentina. Todos sus miembros representantes de la más rancia oligarquía. Igual que ahora.
Si la historia fuera determinista Perón hubiera terminado sus días alejado de la política y la situación hubiera seguido el cauce propuesto por los «dueños del país» como lo fue siempre.
¿Qué cartas le restaban jugar a Perón? Ninguna. ¿Qué posibilidades quedaban para los sindicatos? Ser reprimidos. ¿Cuál era el destino de la legislación laboral de la secretaría de trabajo? Ser barrida.
Por todas estas razones el 17 no es otro día más en la historia. Perón envuelto en su laberinto poco podía hacer para salir de esa trampa de la historia. Fue una movilización popular la que lo sacó por arriba de ese embrollo.
Mucho se ha dicho acerca de la connivencia entre Perón y la policía, los sindicatos arreando a la gente, o el carácter demagogo de la movilización. Todas las explicaciones quedan chicas frente a la magnitud del evento. El pueblo salvó al pueblo como casi nunca ocurre en la historia, un manotazo popular cambio el curso de los acontecimientos, la correlación de fuerzas, las posibilidades, los horizontes políticos.
Posteriormente Perón institucionalizó el día, lo volvió parte de la liturgia. Pero el protagonista siguió siendo el pueblo.
Hoy el peronismo nada hacia arriba de una cascada. Obviamente permanece en el fondo, en parte por incompetencia propias y acciones en frente que quiebran cualquier pacto de convivencia democrática.
Las condiciones impuestas por el endeudamiento de Macri y la desobediencia abierta del empresariado constituyen esa cascada que tira hacia abajo todo intento de avance. En el proceso, esta correlación de fuerzas se naturaliza, se hace parte de la cotidianeidad de la política, y la impotencia del gobierno se analiza como si fuera la ley de gravedad.
Muchas metáforas pueden usarse para describir el momento: el partido amañado, la cancha inclinada, el nado hacia arriba en una cascada, el laberinto, en fin, un obstáculo que solo puede superarse por una fuerza titánica o rompiendo la lógica de cada una de estas imágenes. Un partido arreglado puede ganarse con talento, la pendiente de la cascada puede romperse con una fuerza de empuje mayor a la gravedad. De un laberinto se sale por arriba. Por eso mientras el peronismo acepte las reglas que le han impuesto para su ruina o no demuestre una fuerza que doble la realidad a su favor, va seguir en el fondo de la cascada, en el centro del laberinto.
Sus funcionarios palaciegos generan tan sólo apatía. La redención no vendrá de las manos de un héroe, un nombre, un frente o una magistral jugada. Como lo decía Rodolfo Walsh en «Cuentos brutales», el pueblo deberá dejar de esperar y salir a hacerse valer. Antes lo ha hecho y ha cambiado la historia. Muy distintas son las circunstancias, es cierto. Pero lo ha hecho y puede hacerlo de nuevo.
Debe el pueblo involucrarse para evitar que sus destinos sean conducidos por hombres frívolos o incompetentes.
Debe el pueblo encontrarse en la calle porque un hombre que está solo y espera nada puede.
Debe el pueblo salir a pelear con una sonrisa desafiante porque los pueblos tristes no triunfan.
Debe el pueblo salir a cambiar la historia porque si el pueblo espera la historia se quedará dormida hasta que duela.
El 17 de octubre se llama el día de la lealtad, pero es apenas un envoltorio. Es un día del pueblo que celebra el haber sido valiente, el haber cambiado la historia.
Este día, pero también cualquier otro, salga a encontrarse con la historia. No porque se lo digan. No por la consigna vacía, o mandato hipócrita. Salga en su autodefensa. La gravedad fue invencible hasta que, un día…
*Profesor de Historia por la Universidad de Morón