[dropcap style=’box’]C[/dropcap]ada vez que nos tocan tiempos de elecciones, uno es atacado por donde quiera que vaya, por amplias sonrisas de los más variados candidatos, por calles, paredones, palos de luz y hasta en costosísimos carteles publicitarios de voluminosos tamaños. ¿De qué se sonríen? -es lo primero que a uno le viene a la cabeza-. ¿Será una referencia acorde con la realidad de los habitantes del pueblo el cual prometen mejorar? Esas miles de dentaduras expuestas, advertido de la realidad de nuestro pueblo, me obliga a afirmar que no. Sin embargo, Arturo Jauretche, contrario a esto, afirmaba que la alegría era condición fundamental para transitar en política. De acuerdo, pero acá estamos considerando la expresión de un pensador popular como don Arturo, que no hizo otra cosa que explicar el porqué de la sonrisa de Juan Domingo Perón, de Eva, y a partir de ellos, todos los políticos copiaron en la Argentina la sonrisa como estratagema en el afán de conquistar votos. ¿Alguna vez observamos en San Martín, Belgrano, Artigas, Moreno, Avellaneda, Mitre, Roca, el propio Yrigoyen esbozar una leve sonrisa, tanto así en sus cuadros como en sus fotos o billetes? Jamás. Eran consecuentes con los tiempos difíciles que les tocaba afrontar.
Probablemente los pintores o fotógrafos de aquellos años, no le pidieran que digan “Whisky”, apenas “un pajarito”, ponía en alerta el fogonazo que producía el fotógrafo al fotografiado. También podríamos aventurarnos a deducir que Carlos Gardel, con su sempiterna sonrisa que lo caracterizó, fuera copiado por Perón, intuyendo que el Zorzal Criollo, en verdad sonreía consecuentemente con la alegría que su voz provocaba en sus oyentes. Perón, como Eva, sonreían permanentemente contagiados por la alegría que producían sus políticas en su pueblo, lo que se denominaba como “Estado de Bienestar”. Por eso me cuesta hoy llegar a interpretar tantas sonrisas estampadas por todas partes, habiendo al mismo tiempo, tanta tristeza, tanta angustia, de un pueblo que hoy mide si compra un kilo de pan, o vuelve al barrio en colectivo, si llega a un plato de sopa o a una taza de mate cocido, y que contrario a sus candidatos prometedores de alegría, no pueden imitarlos porque no cuentan ya con dientes en sus encías para hacerlo.
Entonces ¿por qué carajo sonríen? Uno sonríe, con quien lo hace sonreír. La sonrisa implica sentirse bien, guarda una agradable empatía, es cómplice, existe un ida y vuelta. El país hoy está triste, no puede diseñar ni el menor proyecto en su vida en alcanzar un futuro menos oscuro. Come mal, duerme invadido de pesadillas, perdió la noción del sueño, arribar a un colectivo, comienza a pertenecer a un mundo de privilegios, no puede mirar en paz los ojos de sus hijos, avergonzado porque de dos fetas de mortadela que podía acercarles a su boca, ahora apenas es una, y así podríamos estar destrozándonos el corazón enumerando cada una de las peripecias que hoy el pueblo debe sortear para continuar vivo en un país, que no hace mucho, desde una “amigable sonrisa”, le prometió que jamás habría un país sembrado de pobreza, cantó y hasta bailó y golpeó globos en el aire, para que viéramos que sobrevendría por fin la alegría al país.
Es mi deseo, el pueblo descubra aquella sonrisa que se corresponda con la suya, y vuelva a ser feliz; esa sonrisa también anda por ahí, apenas es hacer un leve ejercicio de memoria, ya te ha comenzado nuevamente a sonreír.