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OPINIÓN | MARTÍN DURAÑONA
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[intense_dropcap]D[/intense_dropcap]igamos que su muerte era un hecho previsible. Hace unos pocos años atrás sus detractores más encarnizados lo dieron por muerto, una y otra vez. Sin embargo, él siguió firme con su revolución al hombro, hasta que tuvo que delegar las cuestiones administrativas del Estado a su hermano Raúl, consciente de su deterioro físico por su enormidad de años, de lucha, de férrea constancia y todo el desgaste que esto significó.
Hoy el mundo recuerda a este hombre, y hace las pertinentes declaraciones que a cada uno le cabe, ya sea por sus perspectivas ideológicas, de cómo les fue en su historia, y muy pocos, en no haberlo acompañado en su tozuda lucha por llevar adelante su revolución. Puntillosos demócratas acordaron casi a coro unísono, de las barbaridades que Fidel Castro cometió en sus primeros tiempos de su revolución, es verdad, fusiló a los que contrariaban este nuevo orden de las cosas en un país que abandonaba el burdel que había sido, por una Nación ahora puesta en función de su pueblo, sirviente y humillado al servicio de los magnates que abordaron su isla, en regocijo de sus apetitos mundanos más agraviantes, a la luz de la profunda pobreza tan distante a aquellos groseros desbordes. Retrotrayéndonos en nuestra historia observamos lo mismo en la suerte que corrieron Juan José Castelli, Monteagudo, Moreno, con los que se oponían a la revolución, por haber fusilado traidores.
Los grandes demócratas de enfrente de esta isla, al mismo tiempo de escandalizarse de “estos duros desbordes revolucionarios”, olvidaron su cruento bloqueo y las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki, las guerras de Corea y de Vietnam, las innumerables invasiones a países, donde ellos no observaran plasmarse “los modos democráticos», excusas que luego utilizarían para intervenir y tomar territorios, casualmente bien provistos de riqueza…. Es cierto que las naciones están expuestas al devenir de la historia y desde allí construyen e interpretan la razón de sus propios destinos; por eso no es lo mismo Cuba, que la Argentina. Hoy, son innumerables las comparaciones que se expresan a través de las redes sociales, como en algún otro medio, ensayando comparaciones sobre quienes ejercieron mayor incidencia política a favor de los pueblos de Latinoamérica, si Perón, o Fidel, si Allende, o Sandino, yendo más atrás. Si Artigas o San Martín, si Bolívar u O´Higgins, por citar algunos. Comparaciones que, más que odiosas, como suele decirse, resultan agraviantes y en algunos casos estúpidas, uno podría preguntarse, ¿cómo hubiese seguido nuestra historia si Perón en vez de embarcarse en una cañonera paraguaya, hubiese resistido a tiros en la casa Rosada y muerto al igual que Salvador Allende? Seguro otra hubiese sido nuestra historia.
Perón volvió, amagó con imprimir su vuelta con el mismo sesgo revolucionario con el cual había abandonado el país para evitar que corriera sangre en 1955, sumado a esto, las circunstancias ideológicas que a cada cual lo asista. Y creo que aquí está la clave de todo lo que nos pasó y lo que nos ocurre actualmente, y que en honor a la verdad, reconocer aunque duela, y el factor de error que pueda surgir de un lado o del otro, fue necesario que volviera Perón, como Fidel resistiendo en Cuba defendiendo su revolución. Eso que sucedió y no sucedió, nos costó 30.000 compañeros desaparecidos a los argentinos.
Considero esta apreciación como parte fundamental de la incidencia política que tuvieron estos dos grandes líderes políticos en cuanto a lo que hoy precisamente se refleja en nuestra historia. Fidel Castro resistió 57 años de revolución en su país, sólo porque murió, no así su revolución y acá, incididos sin lugar a dudas por esa tozudez revolucionaria, miles de jóvenes regaron con su sangre interpretando a su vez, obligando y fogoneando a un peronismo, que como bien dijera nuestra compañera Eva, fracasaría si extraviaba su espíritu revolucionario, para el cual fue parido en octubre de 1945. Néstor y Cristina, a su modo, no permitieron que esa sangre fuera derramada en vano, ni lo que afirmara Evita fuera una frase bonita para quedar bien con el General. Nunca había escuchado esa frase de Fidel “que se afeitaría la barba el día que triunfase la revolución”, nunca se afeitó la barba, con eso nos quiso decir, al igual que Juan José Castelli, que la revolución es un sueño eterno; Nunca se acaba.